miércoles, marzo 26, 2008

borges

normalmente intento colgar en este blog entradas no muy largas... pero el otro día dejé aquí el libro de arena, que es uno de mis cuentos favoritos de borges, que es uno de mis escritores favoritos.
"por culpa" de josema y del comentario que dejó ayer aquí, acabo de colgar la biblioteca de babel, porque efectivamente, como él dice, estos dos cuentos, "se hacen bonitos uno al otro"...

martes, marzo 25, 2008

:: la biblioteca de babel

By this art you may contemplate the variations of the 23 letters...
The Anatomy of Melancholy, part. 2, sect. II, mem. IV.

El universo (que otros llaman la Biblioteca) se compone de un número indefinido, y tal vez infinito, de galerías hexagonales, con vastos pozos de ventilación en el medio, cercados por barandas bajísimas. Desde cualquier hexágono se ven los pisos inferiores y superiores: interminablemente. La distribución de las galerías es invariable. Veinte anaqueles, a cinco largos anaqueles por lado, cubren todos los lados menos dos; su altura, que es la de los pisos, excede apenas la de un bibliotecario normal. Una de las caras libres da a un angosto zaguán, que desemboca en otra galería, idéntica a la primera y a todas. A izquierda y a derecha del zaguán hay dos gabinetes minúsculos. Uno permite dormir de pie; otro, satisfacer las necesidades finales. Por ahí pasa la escalera espiral, que se abisma y se eleva hacia lo remoto. En el zaguán hay un espejo, que fielmente duplica las apariencias. Los hombres suelen inferir de ese espejo que la Biblioteca no es infinita (si lo fuera realmente ¿a qué esa duplicación ilusoria?); yo prefiero soñar que las superficies bruñidas figuran y prometen el infinito... La luz procede de unas frutas esféricas que llevan el nombre de lámparas. Hay dos en cada hexágono: transversales. La luz que emiten es insuficiente, incesante.

Como todos los hombres de la Biblioteca, he viajado en mi juventud; he peregrinado en busca de un libro, acaso del catálogo de catálogos; ahora que mis ojos casi no pueden descifrar lo que escribo, me preparo a morir a unas pocas leguas del hexágono en que nací. Muerto, no faltarán manos piadosas que me tiren por la baranda; mi sepultura será el aire insondable; mi cuerpo se hundirá largamente y se corromperá y disolverá en el viento engendrado por la caída, que es infinita. Yo afirmo que la Biblioteca es interminable. Los idealistas arguyen que las salas hexagonales son una forma necesaria del espacio absoluto o, por lo menos, de nuestra intuición del espacio. Razonan que es inconcebible una sala triangular o pentagonal. (Los místicos pretenden que el éxtasis les revela una cámara circular con un gran libro circular de lomo continuo, que da toda la vuelta de las paredes; pero su testimonio es sospechoso; sus palabras, oscuras. Ese libro cíclico es Dios.) Básteme, por ahora, repetir el dictamen clásico: La Biblioteca es una esfera cuyo centro cabal es cualquier hexágono, cuya circunferencia es inaccesible.

A cada uno de los muros de cada hexágono corresponden cinco anaqueles; cada anaquel encierra treinta y dos libros de formato uniforme; cada libro es de cuatrocientas diez páginas; cada página, de cuarenta renglones; cada renglón, de unas ochenta letras de color negro. También hay letras en el dorso de cada libro; esas letras no indican o prefiguran lo que dirán las páginas. Sé que esa inconexión, alguna vez, pareció misteriosa. Antes de resumir la solución (cuyo descubrimiento, a pesar de sus trágicas proyecciones, es quizá el hecho capital de la historia) quiero rememorar algunos axiomas.

El primero: La Biblioteca existe ab aeterno. De esa verdad cuyo corolario inmediato es la eternidad futura del mundo, ninguna mente razonable puede dudar. El hombre, el imperfecto bibliotecario, puede ser obra del azar o de los demiurgos malévolos; el universo, con su elegante dotación de anaqueles, de tomos enigmáticos, de infatigables escaleras para el viajero y de letrinas para el bibliotecario sentado, sólo puede ser obra de un dios. Para percibir la distancia que hay entre lo divino y lo humano, basta comparar estos rudos símbolos trémulos que mi falible mano garabatea en la tapa de un libro, con las letras orgánicas del interior: puntuales, delicadas, negrísimas, inimitablemente simétricas.

El segundo: El número de símbolos ortográficos es veinticinco.* Esa comprobación permitió, hace trescientos años, formular una teoría general de la Biblioteca y resolver satisfactoriamente el problema que ninguna conjetura había descifrado: la naturaleza informe y caótica de casi todos los libros. Uno, que mi padre vio en un hexágono del circuito quince noventa y cuatro, constaba de las letras M C V perversamente repetidas desde el renglón primero hasta el último. Otro (muy consultado en esta zona) es un mero laberinto de letras, pero la página penúltima dice Oh tiempo tus pirámides. Ya se sabe: por una línea razonable o una recta noticia hay leguas de insensatas cacofonías, de fárragos verbales y de incoherencias. (Yo sé de una región cerril cuyos bibliotecarios repudian la supersticiosa y vana costumbre de buscar sentido en los libros y la equiparan a la de buscarle en los sueños o en las líneas caóticas de la mano... Admiten que los inventores de la escritura imitaron los veinticinco símbolos naturales, pero sostienen que esa aplicación es casual y que los libros nada significan en sí. Ese dictamen, ya veremos, no es del todo falaz.)
[* El manuscrito original no contiene guarismos o mayúsculas. La puntuación ha sido limitada a la coma y al punto. Esos dos signos, el espacio y las veintidós letras del alfabeto son los veinticinco símbolos suficientes que enumera el desconocido. (Nota del Editor.)]

Durante mucho tiempo se creyó que esos libros impenetrables correspondían a lenguas pretéritas o remotas. Es verdad que los hombres más antiguos, los primeros bibliotecarios, usaban un lenguaje asaz diferente del que hablamos ahora: es verdad que unas millas a la derecha la lengua es dialectal y que noventa pisos más arriba, es incomprensible. Todo eso, lo repito, es verdad, pero cuatrocientas diez páginas de inalterables M C V no pueden corresponder a ningún idioma, por dialectal o rudimentario que sea. Algunos insinuaron que cada letra podía influir en la subsiguiente y que el valor de M C V en la tercera línea de la página 71 no era el que puede tener la misma serie en otra posición de otra página, pero esa vaga tesis no prosperó. Otros pensaron en criptografías; universalmente esa conjetura ha sido aceptada, aunque no en el sentido en que la formularon sus inventores.

Hace quinientos años, el jefe de un hexágono superior* dio con un libro tan confuso como los otros, pero que tenía casi dos hojas de líneas homogéneas. Mostró su hallazgo a un descifrador ambulante, que le dijo que estaban redactadas en portugués; otros le dijeron que en yiddish. Antes de un siglo pudo establecerse el idioma: un dialecto samoyedo-lituano del guaraní, con inflexiones de árabe clásico. También se descifró el contenido: nociones de análisis combinatorio, ilustradas por ejemplos de variaciones con repetición ilimitada. Esos ejemplos permitieron que un bibliotecario de genio descubriera la ley fundamental de la Biblioteca. Este pensador observó que todos los libros, por diversos que sean, constan de elementos iguales: el espacio, el punto, la coma, las veintidós letras del alfabeto. También alegó un hecho que todos los viajeros han confirmado: No hay, en la vasta Biblioteca, dos libros idénticos. De esas premisas incontrovertibles dedujo que la Biblioteca es total y que sus anaqueles registran todas las posibles combinaciones de los veintitantos símbolos ortográficos (número, aunque vastísimo, no infinito) o sea todo lo que es dable expresar: en todos los idiomas. Todo: la historia minuciosa del porvenir, las autobiografías de los arcángeles, el catálogo fiel de la Biblioteca, miles y miles de catálogos falsos, la demostración de la falacia de esos catálogos, la demostración de la falacia del catálogo verdadero, el evangelio gnóstico de Basílides, el comentario de ese evangelio, el comentario del comentario de ese evangelio, la relación verídica de tu muerte, la versión de cada libro a todas las lenguas, las interpretaciones de cada libro en todos los libros, el tratado que Beda pudo escribir (y no escribió) sobre la mitología de los sajones, los libros perdidos de Tácito.
[* Antes, por cada tres hexágonos había un hombre. El suicidio y las enfermedades pulmonares han destruido esa proporción. Memoria de indecible melancolía: a veces he viajado muchas noches por corredores y escaleras pulidas sin hallar un solo bibliotecario.]

Cuando se proclamó que la Biblioteca abarcaba todos los libros, la primera impresión fue de extravagante felicidad. Todos los hombres se sintieron señores de un tesoro intacto y secreto. No había problema personal o mundial cuya elocuente solución no existiera: en algún hexágono. El universo estaba justificado, el universo bruscamente usurpó las dimensiones ilimitadas de la esperanza. En aquel tiempo se habló mucho de las Vindicaciones: libros de apología y de profecía, que para siempre vindicaban los actos de cada hombre del universo y guardaban arcanos prodigiosos para su porvenir. Miles de codiciosos abandonaron el dulce hexágono natal y se lanzaron escaleras arriba, urgidos por el vano propósito de encontrar su Vindicación. Esos peregrinos disputaban en los corredores estrechos, proferían oscuras maldiciones, se estrangulaban en las escaleras divinas, arrojaban los libros engañosos al fondo de los túneles, morían despeñados por los hombres de regiones remotas. Otros se enloquecieron... Las Vindicaciones existen (yo he visto dos que se refieren a personas del porvenir, a personas acaso no imaginarias) pero los buscadores no recordaban que la posibilidad de que un hombre encuentre la suya, o alguna pérfida variación de la suya, es computable en cero.

También se esperó entonces la aclaración de los misterios básicos de la humanidad: el origen de la Biblioteca y del tiempo. Es verosímil que esos graves misterios puedan explicarse en palabras: si no basta el lenguaje de los filósofos, la multiforme Biblioteca habrá producido el idioma inaudito que se requiere y los vocabularios y gramáticas de ese idioma. Hace ya cuatro siglos que los hombres fatigan los hexágonos... Hay buscadores oficiales, inquisidores. Yo los he visto en el desempeño de su función: llegan siempre rendidos; hablan de una escalera sin peldaños que casi los mató; hablan de galerías y de escaleras con el bibliotecario; alguna vez, toman el libro más cercano y lo hojean, en busca de palabras infames. Visiblemente, nadie espera descubrir nada.

A la desaforada esperanza, sucedió, como es natural, una depresión excesiva. La certidumbre de que algún anaquel en algún hexágono encerraba libros preciosos y de que esos libros preciosos eran inaccesibles, pareció casi intolerable. Una secta blasfema sugirió que cesaran las buscas y que todos los hombres barajaran letras y símbolos, hasta construir, mediante un improbable don del azar, esos libros canónicos. Las autoridades se vieron obligadas a promulgar órdenes severas. La secta desapareció, pero en mi niñez he visto hombres viejos que largamente se ocultaban en las letrinas, con unos discos de metal en un cubilete prohibido, y débilmente remedaban el divino desorden.

Otros, inversamente, creyeron que lo primordial era eliminar las obras inútiles. Invadían los hexágonos, exhibían credenciales no siempre falsas, hojeaban con fastidio un volumen y condenaban anaqueles enteros: a su furor higiénico, ascético, se debe la insensata perdición de millones de libros. Su nombre es execrado, pero quienes deploran los "tesoros" que su frenesí destruyó, negligen dos hechos notorios. Uno: la Biblioteca es tan enorme que toda reducción de origen humano resulta infinitesimal. Otro: cada ejemplar es único, irreemplazable, pero (como la Biblioteca es total) hay siempre varios centenares de miles de facsímiles imperfectos: de obras que no difieren sino por una letra o por una coma. Contra la opinión general, me atrevo a suponer que las consecuencias de las depredaciones cometidas por los Purificadores, han sido exageradas por el horror que esos fanáticos provocaron. Los urgía el delirio de conquistar los libros del Hexágono Carmesí: libros de formato menor que los naturales; omnipotentes, ilustrados y mágicos.

También sabemos de otra superstición de aquel tiempo: la del Hombre del Libro. En algún anaquel de algún hexágono (razonaron los hombres) debe existir un libro que sea la cifra y el comercio perfecto de todos los demás: algún bibliotecario lo ha recorrido y es análogo a un dios. En el lenguaje de esta zona persisten aún vestigios del culto de ese funcionario remoto. Muchos peregrinaron en busca de Él. Durante un siglo fatigaron en vano los más diversos rumbos. ¿Cómo localizar el venerado hexágono secreto que lo hospedaba? Alguien propuso un método regresivo: Para localizar el libro A, consultar previamente un libro B que indique el sitio de A; para localizar el libro B, consultar previamente un libro C, y así hasta lo infinito... En aventuras de ésas, he prodigado y consumido mis años. No me parece inverosímil que en algún anaquel del universo haya un libro total*; ruego a los dioses ignorados que un hombre -¡uno solo, aunque sea, hace miles de años!- lo haya examinado y leído. Si el honor y la sabiduría y la felicidad no son para mí, que sean para otros. Que el cielo exista, aunque mi lugar sea el infierno. Que yo sea ultrajado y aniquilado, pero que en un instante, en un ser, Tu enorme Biblioteca se justifique.
[* Lo repito: basta que un libro sea posible para que exista. Sólo está excluido lo imposible. Por ejemplo: ningún libro es también una escalera, aunque sin duda hay libros que discuten y niegan y demuestran esa posibilidad y otros cuya estructura corresponde a la de una escalera.]

Afirman los impíos que el disparate es normal en la Biblioteca y que lo razonable (y aun la humilde y pura coherencia) es una casi milagrosa excepción. Hablan (lo sé) de "la Biblioteca febril, cuyos azarosos volúmenes corren el incesante albur de cambiarse en otros y que todo lo afirman, lo niegan y lo confunden como una divinidad que delira". Esas palabras que no sólo denuncian el desorden sino que lo ejemplifican también, notoriamente prueban su gusto pésimo y su desesperada ignorancia. En efecto, la Biblioteca incluye todas las estructuras verbales, todas las variaciones que permiten los veinticinco símbolos ortográficos, pero no un solo disparate absoluto. Inútil observar que el mejor volumen de los muchos hexágonos que administro se titula Trueno peinado, y otro El calambre de yeso y otro Axaxaxas mlö. Esas proposiciones, a primera vista incoherentes, sin duda son capaces de una justificación criptográfica o alegórica; esa justificación es verbal y, ex hypothesi, ya figura en la Biblioteca. No puedo combinar unos caracteres
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que la divina Biblioteca no haya previsto y que en alguna de sus lenguas secretas no encierren un terrible sentido. Nadie puede articular una sílaba que no esté llena de ternuras y de temores; que no sea en alguno de esos lenguajes el nombre poderoso de un dios. Hablar es incurrir en tautologías. Esta epístola inútil y palabrera ya existe en uno de los treinta volúmenes de los cinco anaqueles de uno de los incontables hexágonos -y también su refutación. (Un número n de lenguajes posibles usa el mismo vocabulario; en algunos, el símbolo biblioteca admite la correcta definición ubicuo y perdurable sistema de galerías hexagonales, pero biblioteca es pan o pirámide o cualquier otra cosa, y las siete palabras que la definen tienen otro valor. Tú, que me lees, ¿estás seguro de entender mi lenguaje?).

La escritura metódica me distrae de la presente condición de los hombres. La certidumbre de que todo está escrito nos anula o nos afantasma. Yo conozco distritos en que los jóvenes se prosternan ante los libros y besan con barbarie las páginas, pero no saben descifrar una sola letra. Las epidemias, las discordias heréticas, las peregrinaciones que inevitablemente degeneran en bandolerismo, han diezmado la población. Creo haber mencionado los suicidios, cada año más frecuentes. Quizá me engañen la vejez y el temor, pero sospecho que la especie humana -la única- está por extinguirse y que la Biblioteca perdurará: iluminada, solitaria, infinita, perfectamente inmóvil, armada de volúmenes preciosos, inútil, incorruptible, secreta.

Acabo de escribir infinita. No he interpolado ese adjetivo por una costumbre retórica; digo que no es ilógico pensar que el mundo es infinito. Quienes lo juzgan limitado, postulan que en lugares remotos los corredores y escaleras y hexágonos pueden inconcebiblemente cesar -lo cual es absurdo. Quienes la imaginan sin límites, olvidan que los tiene el número posible de libros. Yo me atrevo a insinuar esta solución del antiguo problema: La biblioteca es ilimitada y periódica. Si un eterno viajero la atravesara en cualquier dirección, comprobaría al cabo de los siglos que los mismos volúmenes se repiten en el mismo desorden (que, repetido, sería un orden: el Orden). Mi soledad se alegra con esa elegante esperanza*.
[* Letizia Álvarez de Toledo ha observado que la vasta Biblioteca es inútil; en rigor, bastaría un solo volumen, de formato comú, impreso en cuerpo nueve o en cuerpo diez, que constara de un número infinito de hojas infinitamente delgadas. (Cavalieri a principios del siglo XVII, dijo que todo cuerpo sólido es la superposición de un número infinito de planos.) El manejo de ese vademecum sedoso no sería cómodo: cada hoja aparente se desdoblaría en otras análogas; la inconcebible hoja central no tendría revés.]

Jorge Luis Borges [1899-1986], escritor argentino.

:: el libro de arena

…thy rope of sands…
George Herbert (1593-1623)

La línea consta de un número infinito de puntos; el plano, de un número infinito de líneas; el volumen, de un número infinito de planos; el hipervolumen, de un número infinito de volúmenes... No, decididamente no es éste, more geometrico, el mejor modo de iniciar mi relato. Afirmar que es verídico es ahora una convención de todo relato fantástico; el mío, sin embargo, es verídico.
Yo vivo solo, en un cuarto piso de la calle Belgrano. Hará unos meses, al atardecer, oí un golpe en la puerta. Abrí y entró un desconocido. Era un hombre alto, de rasgos desdibujados. Acaso mi miopía los vio así. Todo su aspecto era de pobreza decente. Estaba de gris y traía una valija gris en la mano. En seguida sentí que era extranjero. Al principio lo creí viejo; luego advertí que me había engañado su escaso pelo rubio, casi blanco, a la manera escandinava. En el curso de nuestra conversación, que no duraría una hora, supe que procedía de las Orcadas.
Le señalé una silla. El hombre tardó un rato en hablar. Exhalaba melancolía, como yo ahora.
-Vendo biblias -me dijo.
No sin pedantería le contesté:
-En esta casa hay algunas biblias inglesas, incluso la primera, la de John Wiclif. Tengo asimismo la de Cipriano de Valera, la de Lutero, que literariamente es la peor, y un ejemplar latino de la Vulgata. Como usted ve, no son precisamente biblias lo que me falta.
Al cabo de un silencio me contestó:
-No sólo vendo biblias. Puedo mostrarle un libro sagrado que tal vez le interese. Lo adquirí en los confines de Bikanir.
Abrió la valija y lo dejó sobre la mesa. Era un volumen en octavo, encuadernado en tela. Sin duda había pasado por muchas manos. Lo examiné; su inusitado peso me sorprendió. En el lomo decía Holy Writ y abajo Bombay.
-Será del siglo diecinueve -observé.
-No sé. No lo he sabido nunca -fue la respuesta.
Lo abrí al azar. Los caracteres me eran extraños. Las páginas, que me parecieron gastadas y de pobre tipografía, estaban impresas a dos columnas a la manera de una biblia. El texto era apretado y estaba ordenado en versículos. En el ángulo superior de las páginas había cifras arábigas. Me llamó la atención que la página par llevaba el número (digamos) 40.514 y la impar, la siguiente, 999. La volví; el dorso estaba numerado con ocho cifras. Llevaba una pequeña ilustración, como es de uso en los diccionarios: un ancla dibujada a la pluma, como por la torpe mano de un niño.
Fue entonces que el desconocido me dijo:
-Mírela bien. Ya no la verá nunca más.
Había una amenaza en la afirmación, pero no en la voz.
Me fijé en el lugar y cerré el volumen. Inmediatamente lo abrí. En vano busqué la figura del ancla, hoja tras hoja. Para ocultar mi desconcierto, le dije:
-Se trata de una versión de la Escritura en alguna lengua indostánica, ¿no es verdad?
-No -me replicó.
Luego bajó la voz como para confiarme un secreto:
-Lo adquirí en un pueblo de la llanura, a cambio de unas rupias y de la Biblia. Su poseedor no sabía leer. Sospecho que en el Libro de los Libros vio un amuleto. Era de la casta más baja; la gente no podía pisar su sombra, sin contaminación. Me dijo que su libro se llamaba el Libro de Arena, porque ni el libro ni la arena tienen ni principio ni fin.
Me pidió que buscara la primera hoja.
Apoyé la mano izquierda sobre la portada y abrí con el dedo pulgar casi pegado al índice. Todo fue inútil: siempre se interponían varias hojas entre la portada y la mano. Era como si brotaran del libro.
-Ahora busque el final.
También fracasé; apenas logré balbucear con una voz que no era la mía:
-Esto no puede ser.
Siempre en voz baja el vendedor de biblias me dijo:
-No puede ser, pero es. El número de páginas de este libro es exactamente infinito. Ninguna es la primera; ninguna, la última. No sé por qué están numeradas de ese modo arbitrario. Acaso para dar a entender que los términos de una serie infinita admiten cualquier número.
Después, como si pensara en voz alta:
-Si el espacio es infinito estamos en cualquier punto del espacio. Si el tiempo es infinito estamos en cualquier punto del tiempo.
Sus consideraciones me irritaron. Le pregunté:
-¿Usted es religioso, sin duda?
-Sí, soy presbiteriano. Mi conciencia está clara. Estoy seguro de no haber estafado al nativo cuando le di la Palabra del Señor a trueque de su libro diabólico.
Le aseguré que nada tenía que reprocharse, y le pregunté si estaba de paso por estas tierras. Me respondió que dentro de unos días pensaba regresar a su patria. Fue entonces cuando supe que era escocés, de las islas Orcadas. Le dije que a Escocia yo la quería personalmente por el amor de Stevenson y de Hume.
-Y de Robbie Burns -corrigió.
Mientras hablábamos yo seguía explorando el libro infinito. Con falsa indiferencia le pregunté:
-¿Usted se propone ofrecer este curioso espécimen al Museo Británico?
-No. Se lo ofrezco a usted -me replicó; y fijó una suma elevada.
Le respondí, con toda verdad, que esa suma era inaccesible para mí y me quedé pensando. Al cabo de unos minutos había urdido mi plan.
-Le propongo un canje -le dije-. Usted obtuvo este volumen por una rupias y por la Escritura Sagrada; yo le ofrezco el monto de mi jubilación, que acabo de cobrar, y la Biblia de Wiclif en letra gótica. La heredé de mis padres.
-A black letter Wiclif! -murmuró.
Fui a mi dormitorio y le traje el dinero y el libro. Volvió las hojas y estudió la carátula con fervor de bibliófilo.
-Trato hecho -me dijo.
Me asombró que no regateara. Sólo después comprendería que había entrado en mi casa con la decisión de vender el libro. No contó los billetes, y los guardó.
Hablamos de la India, de las Orcadas y de los jarls noruegos que las rigieron. Era de noche cuando el hombre se fue. No he vuelto a verlo ni sé su nombre.
Pensé guardar el Libro de Arena en el hueco que había dejado el Wiclif, pero opté al fin por esconderlo detrás de unos volúmenes descabalados de Las mil y una noches.
Me acosté y no dormí. A las tres o cuatro de la mañana prendí la luz. Busqué el libro imposible, y volví las hojas. En una de ellas vi grabada una máscara. El ángulo llevaba una cifra, ya no sé cuál, elevada a la novena potencia.
No mostré a nadie mi tesoro. A la dicha de poseerlo se agregó el temor de que lo robaran, y después el recelo de que no fuera verdaderamente infinito. Esas dos inquietudes agravaron mi ya vieja misantropía. Me quedaban unos amigos; dejé de verlos. Prisionero del Libro, casi no me asomaba a la calle. Examiné con una lupa el gastado lomo y las tapas, y rechacé la posibilidad de algún artificio. Comprobé que las pequeñas ilustraciones distaban dos mil páginas una de otra. Las fui anotando en una libreta alfabética, que no tardé en llenar. Nunca se repitieron. De noche, en los escasos intervalos que me concedía el insomnio, soñaba con el libro.
Declinaba el verano, y comprendí que el libro era monstruoso. De nada me sirvió considerar que no menos monstruoso era yo, que lo percibía con ojos y lo palpaba con diez dedos con uñas. Sentí que era un objeto de pesadilla, una cosa obscena que infamaba y corrompía la realidad.
Pensé en el fuego, pero temí que la combustión de un libro infinito fuera parejamente infinita y sofocara de humo el planeta.
Recordé haber leído que el mejor lugar para ocultar una hoja es un bosque. Antes de jubilarme trabajaba en la Biblioteca Nacional, que guarda novecientos mil libros; sé que a mano derecha del vestíbulo una escalera curva se hunde en el sótano, donde están los periódicos y los mapas. Aproveché un descuido de los empleados para perder el Libro de Arena en uno de los húmedos anaqueles. Traté de no fijarme a qué altura ni a qué distancia de la puerta.
Siento un poco de alivio, pero no quiero ni pasar por la calle México.

Jorge Luis Borges [1899-1986], escritor argentino.

jueves, marzo 20, 2008

primavera...


Grabado en madera del artista japonés del siglo XIX Ando Hiroshige.

lunes, marzo 17, 2008

torrijas 2008

ya están preparándose las torrijas de este año...

como siempre, podéis venir con colegas, parejas, niñ@s...
y, como siempre, podéis traer cosas de comer y/o beber...
y flores...

elecciones (10) :: yastá!

Pues sí. Yastá. Ya hace una semana de las elecciones... y ya ha dado tiempo a que pasen cosas...

Algunas cosas que me han gustado:
- que no haya ganado el PP.
- que en Francia también haya caído la derecha.
- que el PSOE no haya sacado mayoría absoluta.
- que ERC se haya estrellado.
- que rosa díez haya salido pero su partido no haya sacado más diputados…
- …

Algunas otras que no me han gustado:
- el descalabro de IU.
- que la ley electoral haga que unos votos valgan mucho más que otros.
- que los nacionalistas tengan tanto peso y tanta influencia en el parlamento.
- …

Y algunas que me gustarían:
- que Acebes y Zaplana y Espe y Aznar desaparezcan. Del todo. Que se piren.
- que a la que se van es@s cuatro aproveche la gente del PSOE y le den también unas buenas vacaciones a Blanco.
- que el PP se organice, cambie de jefes, y haga una oposición firme y civilizada.
- que el PSOE haga una política de izquierda de verdad, sin remilgos.
- que no se les dé demasiadas oportunidades a los nacionalismos de condicionar la política nacional.
- que dejen (tod@s) de hablarnos desde el miedo.
- que dejen de hablarnos como si fuéramos bob@s.
- que España sea un estado laico de verdad.
- …

sábado, marzo 15, 2008

cartas desde bagdad

estos días hará cinco años de la invasión de irak por Estados Unidos y sus aliados.
a partir de hoy, 15 de marzo, Gervasio Sánchez va a enviar crónicas desde allá contando cuál es la situación después de este tiempo de ocupación...
se pueden ver en la edición en papel o en la web del Heraldo de Aragón.
hoy ha salido la primera...

insensateces

Acabo de leer Sobre tierra plana. No es el libro de mi vida, pero me ha gustado leerlo y quería hablar aquí de él porque este libro, su proceso, es una de esas insensateces que tanto me gustan…

Es una antología de relatos escritos por gente que en su mayoría tiene menos de 30 años. No es fácil de encontrar. Está editado por una pequeñita editorial que se llama GENS. Un par de veces había preguntado por él en librerías grandes pero no habían sabido decirme… Supongo que la tirada es pequeña y la distribución complicada. Casualmente la editorial está en una calle paralela a la mía, a cincuenta metros de casa y el azar hizo que al pasar por allí hace unos días viera el libro en la ventana que hace de escaparate…
Sé que el libro existe porque conozco a Ana, la autora de uno de los cuentos, creo que uno de los mejores de los once.
[Lo creo de verdad, aunque el comentario suene sospechoso porque es mi amiga...]
Hace tiempo me contó que hicieron una especie de “convocatoria” para seleccionar unos cuantos relatos de viajes que luego fueran publicados en un libro.
[No sé exactamente cómo lo hicieron, si Ana lee esto, y le apetece, que añada un comentario contando cómo se parió el libro, cómo fue el proceso…]

Efectivamente no es el libro de mi vida: como muchas recopilaciones es desigual, unos relatos me han gustado mucho más que otros, algunos me han enganchado y otros me han dejado más o menos indiferente, el estilo de algunos me ha resonado y me ha emocionado y el de otros me ha parecido un batiburrillo de lugares comunes y ocurrencias…

Pero en cualquier caso, lo que me fascina de esta historia y lo que quería contar aquí es el milagro que supone reunir esa enorme cantidad de insensatez para escribir, hacer la convocatoria y seleccionar los relatos, editar el libro, distribuirlo…

Últimamente oigo de algunas editoriales que aparecen con la intención de publicar cosas interesantes con ediciones cuidadas, a veces dando oportunidad a gente desconocida o recuperando a escritor@s poco publicad@s: Abada, El Acantilado, Pre-textos… y más…
No tienen un catálogo muy grande. Me recuerdan a Siruela, pero en (aún más) pequeño. No pretenden ser Anagrama ni Planeta, ni vender 80 millones de ejemplares de una novela, ni publicar best sellers, ni tener entre sus escritor@s a Ken Follett o a Dan Brown o a J.K. Rowling…
Quieren publicar libros interesantes y cuidados.
Y ahí están, sacando libros… poco a poco… despacito…

jueves, marzo 13, 2008

el blog de fotografía

hace unos días abrí un nuevo blog para colgar contenidos sobre fotografía: mis talleres y otros talleres a los que asisto o de los que me llega información, exposiciones, libros, fotos y fotógraf@s, y más cosas que puedan estar relacionadas de una forma o de otra con la fotografía...
el blog de fotografía.
de momento hay sólo tres entradas que he colgado estos días, pero irá creciendo poco a poco... ya sabéis eso de que el viaje más largo empieza por un paso.
estad atent@s.

domingo, marzo 09, 2008

elecciones (9) :: 9 de marzo...

no votes, lee...

sábado, marzo 08, 2008

elecciones (8) :: lo que me gustaría...

Me gustaría que, ganara quien ganara mañana, tuviera el valor de convocar a los demás partidos y conseguir pactos con ellos, pactos reales que estuvieran todos dispuestos a respetar:
un pacto sobre el terrorismo que hicieran creíbles los comentarios que hacen sobre la unidad cada vez que hay un nuevo muerto, y que normalmente les duran un minuto…
un pacto sobre la justicia para que no parezcan trileros cada vez que se renuevan los tribunales tratando cada uno de meter a “los suyos”…
un pacto sobre inmigración para que deje de hablarse de quienes vienen sólo como un problema…
y algunos pactos más que les dieran algo más de credibilidad cuando hablan sobre sanidad, sobre infraestructuras, etc… para que no pareciera que se alegran cuando a quien gobierna les salen las cosas mal…
y, sobre todo, un pacto sobre educación, que creo que es la (única) solución para (casi) todo: un pacto que estuvieran dispuestos a respetar para que cada vez que gana un partido no desmonten las leyes educativas del anterior, para que realmente se dé a la educación la importancia que tiene, para que verdaderamente se “invierta” en la gente que se está formando…

Y, puestos a pedir, me gustaría que desaparecieran de los telediarios gente como Acebes, Zaplana, Blanco, López Garrido, Esperanza… y quedara sólo gente civilizada, dispuesta a currar y a servir a quienes les votan…

Ufff… no sé si todo esto es pedir demasiado……

8 de marzo, día de la mujer


Amadeo Modigliani [pintor italiano, 1884-1920]

elecciones (7) :: terroristas

Ufff… llevo unos días sin escribir aquí y han pasado demasiadas cosas…
El jueves pensaba contar aquí que hace cuatro años, el jueves anterior a las elecciones hubo 200 muert@ y esta vez no había habido ninguno.
Y que a pesar de que han estado cuatro años dando la brasa con que el terrorismo es el peor problema del mundo mundial y de España en particular, a mi me da la impresión de que no es así.
Y que nos han vuelto loquitos con los diálogos y las negociaciones, y los precios políticos, y los ANV y PCTV, y las víctimas buenas y las malas, las de derechas y las de izquierdas, las de Alcaraz y las de Manjón…
Y pensaba contar que ya estoy un poco harto de tanta hipocresía sobre el terrorismo…
Pero ayer los gudaris salvapatrias se cargan a un tipo en Mondragón y vuelven a joder todo.
Y ahora estoy más harto aún…
Ahí están otra vez los “partidos democráticos” echándose el muerto unos a otros. Siguen sin ser capaces de firmar juntos un papel o de salir a la calle unidos diciendo que están hartos de muertos.
Creo que ganarían algo de credibilidad si fueran capaces de encerrarse en una habitación y no salir de allí hasta que no tuvieran un pacto real sobre el terrorismo y sobre cuál es su actitud frente a él.
Pero no, parece que no va a pasar.
Aquell@s cretin@s siguen en su guerra haciendo cada vez más libre a Euskalherría a base de cargarse al personal a tiros… y est@s otr@s cretin@s siguen en su guerra del y tú más y tú peor…

miércoles, marzo 05, 2008

elecciones (6) :: gripe

He estado unos días malito y hace una semana fui al médico para que me confirmara que no tengo nada peor que una gripe. Un tipo encantador que me ha atendido de maravilla, y con el que he estado hablando más de 20 minutos, de lo que me pasaba y de varias cosas más…
Al hilo de la conversación me cuenta que hace años, creo que en Canadá, un nuevo ministro de Sanidad encargó al llegar a su cargo hacer un estudio para saber en qué era mejor invertir el presupuesto de que disponía. Quería pistas para decidir con criterio si debía hacer nuevos hospitales o si debían hacerse más pruebas y más caras a los pacientes o si lo que hacía falta era más personal o más inversión en medicamentos… Y poder así saber con cuál de esas inversiones mejoraría más la salud de la población.

El resultado del estudio fue que la mejor inversión posible era en educación sanitaria. O sea, que merecía más la pena, me explica mi médico, enseñar a la gente que debía comer bien, hacer ejercicio, etc., en definitiva, “tener buenos hábitos de vida”, me dice él, mejor que invertir en grandes equipos o en grandes hospitales.
Si hacía más y mejores hospitales podría salvar a mucha gente de cáncer y de infartos, pero si educaba a la gente para que tuviera buenos hábitos de vida, necesitaría curar luego a menos gente porque muchas enfermedades se podrían prever y evitar antes de que aparecieran.

Me cuenta mi médico que nunca se llevaron a cabo los resultados de ese estudio.
Primero porque es difícil evaluar ese tipo de campañas: es complicado hacer el seguimiento de alguien a quien le has dado una “dosis” de educación sanitaria y comprobar 10, 20 ó 40 años después si le ha dado el infarto o no, si esas campañas tuvieron efecto o no…
Y segundo, porque una inversión a largo plazo no es electoralmente rentable, y sin embargo inaugurar hospitales y centros de salud y cortar cintas sí parece serlo.
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