jueves, mayo 25, 2006

la felicidad...

El viaje a la felicidad, de Eduardo Punset, el del programa REDES, es uno de esos libros que habla un poco de todo y de nada, que pica en unos temas y en otros aunque sin llegar a profundizar en ninguno… después de leerlo me quedo con cierta sensación de… ¿y ahora qué?
Pero aún así, tiene cosas interesantes… y plantea preguntas… que a mi siempre me suelen gustar más que las respuestas…

Destaco tres fragmentos, quizá no sean los más interesantes del libro, pero sí de los que me han llamado la atención porque hablan de temas a los que ando dando vueltas…:

“Los homínidos se caracterizan por un sistema de reproducción tremendamente ineficaz y, por lo tanto, oneroso. La vía de la reproducción sexual en lugar de la simple subdivisión clónica, como en las estrellas de mar, implica que en lugar de reproducir un ser partiendo de otro hacen falta dos para que nazca un tercero. La perpetuación de la especie exige superar dos barreras casi infranqueables: la indefensión derivada de una larguísima infancia originada por un nacimiento prematuro y la búsqueda aleatoria y terriblemente costosa de pareja. Las inversiones del organismo en las tareas de reproducción eran, y siguen siendo, cuantiosas: búsqueda de pareja, a menudo infructuosa, en otra familia o tribu, a la que se arrebata exponiéndose a represalias; una pubertad tardía, pocos años antes de que expirara la esperanza de vida –inferior a treinta años hace menos de siglo y medio–; contados períodos de fertilidad de las hembras y gestaciones largas y a menudo demasiado improductivas.” (pág.17)

“El modelo educativo imperante consiste en encerrar en un espacio reducido a un grupo de niños de la misma edad, para que desarrollen exactamente las mismas aptitudes: treinta niños escuchando a un maestro sentando cátedra sobre lo que él sabe, más que sobre lo que a ellos les puede interesar y necesitan aprender para situarse más tarde en la vida. Se trata de amoldarlos a un modelo concreto; no de una convivencia entre una variedad de personas de edades y aptitudes variadas, desarrollando caminos personales y colaborando entre sí para ayudarse mutuamente y como grupo. […]
Este modelo crea, inevitablemente, condiciones competitivas extremas. Los niños se comparan constantemente unos con otros. No aprenden a apoyarse, a colaborar ni a dividirse las tareas. Todos sirven para lo mismo, llevan a cabo tareas idénticas; no aportan nada específico al grupo, ni desarrollan sus cualidades personales, ni valoran las diferencias, ni se responsabilizan de su entorno, sus compañeros o su propio aprendizaje, y compiten por la atención del mismo profesor. Si se pretende formar adultos que sepan colaborar, éste es el peor sistema posible.” (pág. 102)

“[…] los ojos y la boca abiertos, ceño fruncido, músculos paralizados, respiración sostenida, aceleración del pulso, postura agazapada, extrema palidez, transpiración fría, pelos de punta, irregularidades de la glándula salival que provocan sequedad de boca, temblores, fallos de la voz, pupilas dilatadas y la contracción de los músculos del cuello. Son las señales inequívocas de esta emoción básica, el miedo, que, con toda probabilidad, subyace en el origen del arte, la religión y la política desde hace unos treinta mil años.
La tesis de este capítulo es que la felicidad es, ni más ni menos, la ausencia de miedo. Punto. En el Paleolítico, la principal amenaza para las escasas y diseminadas poblaciones eran las guerras tribales, pero también, y sobre todo, la muerte causada por el frío glacial, el ataque de una fiera, los estragos de la vejez a los treinta años o infecciones absolutamente imprevistas e incomprensibles. El miedo a la muerte espoleó la búsqueda de amparo en las primeras religiones y expresiones artísticas, y tanto la religión como el arte cimentaron la anhelada protección con el establecimiento del poder político.” (pág. 123)
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