miércoles, diciembre 19, 2007

la civilización moderna

“Si la civilización moderna pasa hoy por trances algo duros, ella, después de todo, es quien tiene la culpa. La civilización moderna ha inventado el vapor y la electricidad, o por lo menos, la manera de utilizarlos; ha creado las cámaras frigoríficas; ha descubierto la calefacción central y los motores de explosión. Y con todas estas cosas, ¿qué necesidad, para vivir, de buscar un clima benigno, un mar abundante en merluzas o un suelo pródigo en habichuelas? Diez millones de hombres viven en Londres como podrían vivir en el polo Norte. Con el frío industrial conservan las carnes que destinan a su alimentación, mientras someten las suyas propias a una conveniente calefacción central. Probablemente, y tratándose de una ciudad tan grande, alguna vez ocurrirán lamentables errores. Quizá no falte de vez en cuando un inglés que se frigorifique, mientras la gallina que este inglés pensaba comerse en la cena comience a cacarear y ponga un huevo bajo los efectos bienhechores de un aparato radiador; pero semejantes equivocaciones carecen de importancia colectiva. El caso es que diez millones de hombres pueden vivir artificialmente en sitios donde, naturalmente, apenas si podría vivir una docena de focas. Cada uno de estos hombres se desayuna con un par de huevos que antes eran rusos y que ahora serán, quizá, polacos, con unas lonchas de jamón procedente de los Balcanes, con pan hecho a base de trigo australiano, con té de la India o de la China, y con mermelada de naranjas andaluzas, y esto se consigue gracias a los inventos de que hemos hablado antes: vapor, electricidad, etc., etc.
Y la cosa es prodigiosa; pero tiene una quiebra. La electricidad y el vapor, el telégrafo y el teléfono, todos los medios de comunicación y todos los medios de transporte, así como el frío industrial y el calor artificial, están en manos de una minoría, y esta minoría tiene a los habitantes de las grandes ciudades en una situación análoga a la del buzo con respecto al hombre que, sobre la superficie del mar, está encargado del tubo del oxígeno. El día en que la minoría quiera, la mayoría desaparecerá. Entonces se verá clara la bárbara monstruosidad de las grandes ciudades, y la humanidad volverá a congregarse en pequeños núcleos bajo climas benignos, junto a árboles frutales y al pie de ríos abundantes en truchas.”

Si no fuera por algunas palabras y algunas expresiones que hoy nos suenan algo anacrónicas, este texto podría estar escrito hoy mismo por alguien que critica nuestro crecimiento (en todos los sentidos) desmesurado, nuestra falta de cuidado con el planeta o eso que se ha llamado globalización…
Pero no. Fue escrito en los primeros años 20 del siglo pasado por Julio Camba, escritor y periodista y viajero español…
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